La voz de los inmigrantes. Entrevista a María Teresa Andruetto
La escritora argentina expone las razones de su literatura poblada de inmigrantes y confiesa su relación privilegiada con Pavese y la literatura italiana.
Nora Sforza
Buenos Aires
Maria Teresa Andruetto nació en un
pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, en Argentina. Hija de un
partisano piamontés emigrado a la Argentina en 1948, estudió Letras en
la Universidad Nacional de Córdoba. Ha ejercido la docencia en diversos
niveles y ha formado parte de innumerables equipos de capacitación a
docentes en el área de la lectura y de la escritura creativa, fruto de
cuya experiencia son los libros realizados en colaboración La escritura en el taller (2008) y El taller de escritura en la escuela (2010) y sus reflexiones en Hacia una literatura sin adjetivos (2009).
Entre su extensa obra narrativa y poética -en gran parte traducida a diversas lenguas- recordamos sus novelas Tama (1992), Stefano (1998), Veladuras (2005); La mujer en cuestión (2009) y Lengua Madre (2010); el libro de cuentos Todo movimiento es cacería (2002); los libros de poemas Palabras al rescoldo (1993), Pavese y otros poemas (1998), Kodak (2001), Beatriz (2005), Pavese/Kodak (2008), Sueño americano (2009) y Tendedero (2009); la obra de teatro Enero (2005), así como numerosos libros para niños y jóvenes entre los que se destacan El anillo encantado (1993), Historia de Nato y del caballo que volaba (1996), Huellas en la arena (1998), La mujer vampiro (2000), Benjamino (2003), Trenes (2007), El jardín de Juan (2003), Campeón (2009), El árbol de lilas (2006), Agua cero 2007) y El incendio (2008).
¿Cómo ha construido las múltiples imágenes acerca de Italia, los italianos y la italianidad en su obra narrativa y poética?
Como en todo, a través de la experiencia, a
través de lo que vi y escuché. Me crié en un pueblo de la llanura, en
un contexto donde había muchos inmigrantes y descendientes de
inmigrantes, no hablo sólo del entorno familiar, sino también de un
pueblo habitado en su mayoría por descendientes de Le Marche. Mi padre,
italiano, llegó a la Argentina en diciembre del 48, mi abuela materna y
su madre llegaron a un pueblo de Córdoba a fines del siglo XIX y también
por su parte llegó en aquellos mismos años el padre de mi mamá, todos
ellos procedentes de pequeños pueblos del Piamonte. En mi pueblo había a
su vez muchos españoles que trabajaban en el asilo de enfermos
mentales, el almacenero era sirio, el dueño de la tienda libanés, un
vecino era eslovaco y otro no sabía de qué país provenía porque su
pueblo de nacimiento había cambiado muchas veces de patria, el médico
era judío, los quinteros bolivianos, las monjas venían de Galicia, el
zapatero era napolitano y pasaban a vender ropa los gitanos… una
diversidad que en Argentina es bastante común por otra parte. A la vez,
el viaje a América (metáfora de todo viaje posible) era el tema de mi
casa, las fotos de contacto de la travesía dando comienzo al álbum
familiar. Tal vez por todo eso yo tuve siempre fuerte interés por
conocer/reconstruir las historias de vida de personas que se habían
visto obligadas a desplazarse (de una provincia a otra, de un país a
otro, de un continente a otro, de una lengua a otra) para buscar una
vida mejor en otro sitio. No estaba en mi casa la idea (habitual en
muchos inmigrantes o en sus descendientes) de que lo que se dejaba atrás
era mejor, una idealización del mundo que se había tenido que
abandonar. Era más bien lo contrario, la percepción de lo mucho que se
sufre cuando uno se desarraiga y de la importancia de echar raíces y de
construir y defender una identidad, cualquiera sea la identidad que a
uno le haya tocado en suerte.
¿Cuáles son las dificultades que se presentan a un escritor que incluye en su obra palabras, frases y modismos en otra lengua?
No pienso en las dificultades de ese orden
cuando escribo, pienso siempre en la necesidad interna del texto, en lo
que me pide ese mundo que voy construyendo. Si siento que necesita de un
elemento, un indicio, un rasgo de lenguaje (y eso se me aparece como
una evidencia irrefutable en muchos momentos) allá voy. Nunca jamás he
puesto palabras extranjeras si no me parecían necesarias,
indispensables, no para mí ni para el lector, sino para el propio
universo que estaba narrando. No soy quién para trazarles un destino a
los personajes, más bien los sigo, trato de ver qué hacen, a dónde me
llevan, intento ver si pueden ofrecerme su pequeña verdad. Sigo, tanto
como puedo, esa frase del diario de Pavese: soy un narrador que narra cosas más importantes que él.
De hecho, parte de su obra poética
aparece profundamente ligada a la obra de Cesare Pavese ¿De qué manera
construyó su itinerario de lectora del escritor turinés?
Lo descubrí, como a otros escritores que
luego he seguido (Calvino, Natalia Ginzburg, Elio Vittorini, Pasolini,
Ungaretti, Montale, Quasimodo, Pirandello, Primo Levi, Saba, entre
muchos otros) cursando literatura italiana, el primer año de mis
estudios de Letras, esto es en 1971. Pero con Pavese sucedió enseguida
algo especial, es lo intensamente piamontés de su concepción del mundo,
su amor y su rechazo a ese imaginario un poco despiadado de los pueblos
campesinos, esa visión suya sobre un mundo tan de mis abuelos y
bisabuelos, lo que me impactó. Encontré en él, de un modo ya muy
refinado, muchos canales de comunicación con el mundo del que yo misma
provengo y enseguida vi (aunque lo leía en traducción, podía visitarlo
también en su edición italiana) algo – ¿cómo decirlo?- la esencia
piamontesa debajo de su italiano, como estaba, salvando las enormes
distancias, el piamontés debajo del castellano rústico de mis abuelos.
Quizás fuera sólo mi imaginación, pero lo cierto es que se trató de un
amor de primera lectura, un amor que ya nunca más se fue. Pero lo más
increíble fue volver a mi pueblo de visita y contarle esto mismo, este
descubrimiento, a mi papá y escucharle decir que lo conocía, que se lo
había presentado su prima, vecina de Santo Stefano, que se había
detenido en la calle y habían hablado un momento. Aquello que hoy me
podría parecer de cierta lógica (mi papá era de Airasca, nomás a un paso
de las colinas que Pavese nombra en sus libros), me resultó entonces
como un hecho al borde de lo imposible y generó ese modesto mito que
activó sin duda mi relación con su obra. Escribí algo sobre eso, un
pequeño texto, y también un libro de poemas (Pavese y otros poemas,
Argos, 1998) atravesado por el recuerdo de mi padre, muerto poco antes
que lo escribiera. Pavese es sin duda una influencia visible para mí,
una de las más potentes; lo es por muchas vías, por una parte fue él
quien me llevó a la lectura de los narradores norteamericanos, que me
interesan mucho, y también él quien me acercó a la generación de
escritores argentinos que lo admiraron, como Daniel Moyano o Haroldo
Conti. Al mismo tiempo me marcó mucho esa búsqueda suya de escritura
total, de tránsito por los diversos géneros….y, por supuesto, la
poderosa influencia del poema relato que él revitalizó y que es la forma
de poesía por la que transito, un poema que busca en lo más hondo e
inestable de lo coloquial.
¿Qué otros escritores italianos han influido de una manera o de otra en su propia obra?
He leído con mucho interés a todo Calvino,
sus ensayos, sus novelas neorrealistas y su narrativa fantástica, lo he
leído con admiración, pero siento mayor pregnancia con cierta zona suya
periférica, como sus ejercicios de memoria (El camino de San Giovanni es
mi preferido). Natalia Ginzburg es una escritora que me llega enseguida
al alma, también Vasco Pratolini y en general la zona de escritura de
los neorrealistas. El neorrealismo, tanto en la literatura como en el
cine, me encantan, esa mirada donde -como alguien dijo cierta vez- lo
universal es lo local sin frontera, eso me llega mucho al alma y creo que está en mi obra.
He leído también mucha poesía italiana,
especialmente la del siglo XX, Montale sobre todo, su tono, su
melancolía, y por supuesto Pavese. La poesía de Saba, Rita Baldasarri,
Alda Merini o Patrizia Cavalli, el pensamiento crítico y el profundo
desparpajo de Pasolini, la poesía de Ungaretti, Caproni o Quasimodo….,
pero si las hubiere no soy consciente de sus influencias.
Su novela Stefano, que fuera merecedora de múltiples distinciones y conocida en diversas lenguas, es
presentada por las editoriales como un libro de literatura juvenil.
¿Cómo piensa que las nuevas generaciones leen –y aprehenden- una
historia como la de Stefano?
Sí, es un poco azaroso (y fue por cierto, beneficioso) que Stefano haya ido a parar a una colección juvenil, eso hizo –sin duda- que fuera muy leído por las nuevas generaciones. Cuando escribí Stefano (a comienzos de los años noventa, aunque se publicó por primera vez en 1998) pensaba
en la inmigración de mi padre pero también en la fuerte emigración
económica de argentinos hacia Europa de fines de los ochenta y
principios de los noventa y también en el exilio político de tantos
argentinos (mi marido por ejemplo, preso de la dictadura, fue asilado
político del gobierno alemán y vivió en ese país durante once años) y en
el des-exilio, la reinserción de exiliados políticos que regresaban
después de muchos años de vivir afuera. Luego en una de las reediciones,
en 2002, la cuestión se activó de nuevos modos, porque sucedió la
tremenda emigración económica que tuvimos en torno a la debacle de 2001.
Hoy, cuando no hay salida masiva de personas por razones sociales ni
políticas en Argentina, tal vez país adentro los pormenores de la vida
de Stefano sean leídos como parte de nuestra historia, cuestiones del
pasado.
Su obra ha sido traducida a lenguas muy diversas: sus novelas Stefano, La niña, el corazón y la casa y El país de Juan
serán publicadas en Italia en 2013 por la Editorial Mondadori). ¿Qué
sensaciones le genera releer sus propios textos en traducción?
Me emociona ese traspaso y todavía me
produce asombro el solo pensar que leen esos libros lectores de otras
lenguas. En cuanto a las traducciones, he revisado, con mis
limitaciones, las traducciones a lenguas que puedo seguir, el portugués,
el gallego o el italiano (en italiano la traducción de Veladuras, porque las traducciones de Stefano, El País de Juan y La niña, el corazón y la casa
están todavía en marcha), en cuanto a la traducción de mis libros al
alemán, le he pedido a una amiga, que es traductora, alguna apreciación
sobre el tono de lenguaje sobre todo y me he entregado a lo desconocido.
¿Cómo ve el panorama de la
producción literaria en la Argentina de hoy? ¿Y qué podría decirnos
acerca del lector argentino actual?
A mi juicio la literatura argentina es muy
rica, un entrecruzamiento de diversas tradiciones, producto tal vez de
tanto mestizaje cultural. La veo muy potente, muy activadora de nuevos y
viejos imaginarios, por eso no es sencillo para un escritor hacerse un
lugar en nuestro campo literario. En cuanto a nuestra condición lectora
me parece de creciente riqueza, en cantidad y en profundización de
lectores, más allá de que haya todavía mucho por hacer en ese asunto. Lo
podemos desarrollar como un trabajo, una especialidad en la formación
de maestros y en los trayectos escolares, tratando de que haya más y más
personas que se relacionen con libros (he trabajado en eso casi toda mi
vida laboral) y también como escritores, porque cuando escribimos,
construimos a nuestro lector. Escribimos para nosotros mismos en tanto
lectores, modelos de eso que suponemos otros pueden llegar a leer. Por
esa razón perfeccionamos nuestra condición lectora, porque sabemos que
allí está el techo de nuestra escritura.
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